Últimamente he estado en una montaña rusa emocional, y con sinceridad no sé exactamente qué es lo que está pasando conmigo. Es como si algo no encajara del todo, pero no logro poner el dedo en la llaga. Al principio, ni siquiera me di cuenta de que algo andaba mal. Fueron mis compañeros de trabajo los que, de manera sutil al principio y luego más directa, comenzaron a señalar que mi actitud no era la misma. Me dijeron que estaba más irritable de lo normal y que, a veces, mi tono de voz sonaba cargado de frustración antes de siquiera empezar a hablar.

Cuando me lo dijeron, fue como si de repente se me cayera una venda de los ojos. No podía negar que estaban en lo cierto. Sí, he estado actuando de forma impaciente, incluso brusca, con la gente a mi alrededor. Lo más desconcertante es que ni siquiera había notado ese cambio en mí misma. Es como si me hubiera desconectado de mis propias emociones al punto de no reconocerlas, lo cual es raro porque suelo ser muy consciente de cómo me siento.

Pero esto no solo me pasa con las emociones negativas. También he tenido momentos positivos que, aunque breves, me hacen sentir un tanto fuera de lugar. Por ejemplo, hoy en el trabajo estaba bromeando con mis compañeras, y hubo un momento en el que no podía parar de reír. De verdad, no podía controlarme, y terminé interrumpiendo a otras personas sin darme cuenta. Aunque fue un momento feliz, parecía que mi reacción era desmedida, como si hubiera algo en mí que no sabía cómo calibrar.

Creo que parte del problema es que estamos en temporada baja en el trabajo. No hay mucho que hacer últimamente, y aunque de vez en cuando recibo tareas, no se compara con el nivel de actividad de los meses anteriores. Al principio, pensé que esa falta de actividad era lo que me tenía sintiéndome desorientada y, francamente, harta. Pero la verdad es que, aunque eso contribuye, no es la raíz de todo.

Con el tiempo libre que he tenido últimamente, he intentado llenarlo haciendo cosas que disfruto. He leído más, he escrito más, pero aun así siento que hay algo que no termina de llenar ese vacío. Es como si estuviera buscando algo que ni siquiera sé definir. Y, aunque suene trivial, el tiempo que paso viajando de lunes a sábado para llegar a la ciudad también me pasa factura. El commute es largo y agotador, pero es lo que hay, así que trato de no quejarme demasiado.

Lo curioso es que, aunque a veces me siento agotada, también tengo estos momentos en los que me siento completamente “yo”. Como cuando estábamos bromeando en el trabajo y me reía tanto. Fue un momento bonito, pero me sentí como una versión exagerada de mí misma, lo que también me hace pensar que algo en mi balance interno está fuera de lugar.

Otro cambio que he notado últimamente es que mis hábitos alimenticios están por todas partes. O no me da hambre en todo el día, o me da hambre de absolutamente todo y termino comiendo de forma descontrolada. Es algo que personalmente encuentro desagradable porque me hace sentir que no tengo control sobre mí misma.

Y creo que ese es el núcleo del problema: la sensación de no tener control sobre nada. Esa falta de control me desequilibra completamente. No he podido manejar mis emociones de forma adecuada, y eso me afecta más de lo que quisiera admitir. Siento que estoy atrapada en un ciclo: no reconozco cómo me siento, alguien más me señala que algo anda mal, trato de corregir mi comportamiento, y luego vuelvo al punto de partida. Es un patrón agotador, y ya estoy cansada de vivirlo.

A veces me pregunto si todo esto tiene que ver con sentir que mi vida carece de propósito. Tal vez esa sea la raíz de todo, o al menos una parte importante. Hay días en los que siento que simplemente estoy existiendo, sin avanzar realmente hacia algo que me apasione o que me haga sentir que estoy dejando una marca en el mundo.

Escribir siempre ha sido una forma de desahogarme, y suelo llevar un diario para plasmar mis pensamientos y emociones. Sin embargo, últimamente ni siquiera he podido escribir como antes. Cuando reviso las páginas de los últimos días, me doy cuenta de que todo lo que escribí suena apagado, casi automático. Empiezo con frases como “hoy no hubo nada interesante que hacer” y termino con algo como “otro día más en la rutina”. Pero cuando realmente analizo esos días, me doy cuenta de que sí hubo cosas que valieron la pena escribir. No entiendo por qué, en el momento de agarrar la pluma, no fui capaz de plasmarlas.

De hecho, ahora que lo pienso, me sorprende que me esté desahogando en este momento. Han pasado días en los que ni siquiera podía formar una oración coherente sobre cómo me sentía. Escribir esto ahora me hace sentir un poco mejor, como si finalmente estuviera soltando un peso que he estado cargando.

Sé que todo esto puede sonar un poco caótico y desordenado, pero creo que admitir que no estoy bien es el primer paso para mejorar. Y eso es lo que estoy haciendo ahora, dando ese primer paso. No sé exactamente qué necesito para sentirme mejor, pero al menos estoy reconociendo que algo tiene que cambiar.

Parte de mí duda si debería estar compartiendo todo esto, pero otra parte me dice que está bien hacerlo. Si después me arrepiento, no pasa nada. Al menos lo intenté, y eso ya es algo. A veces, simplemente poner en palabras lo que uno siente puede marcar la diferencia.

Así que aquí estoy, tratando de entenderme a mí misma y buscando maneras de recuperar el control de mis emociones, mi tiempo y mi vida en general. Tal vez no encuentre todas las respuestas de inmediato, pero estoy dispuesta a seguir intentando. Porque, al final del día, sé que no quiero seguir sintiéndome así.