Después de una tarde llena de números y hojas de cálculo, el reloj se decidió por marcar el mejor momento del día y para lo que vivo, cinco de la tarde en punto. Hora de irme a casa. No vale la pena ni siquiera saber qué hago porque me la paso rellenando números en una computadora, podría ser reemplazado por una máquina mañana y nadie se daría cuenta, pero eso no me desanima en lo absoluto. Tengo estabilidad desde hace ya casi 6 años. Así eran mis días antes. Mis mañanas se conformaban de correr cinco kilómetros, bañarme, desayunar e ir al trabajo. Lo único que no es perfecto era que para llegar al trabajo tenía que pasar por el centro de la ciudad. Bendito centro de la Ciudad de México. Cómo extraño sentir y ver sus colores.
Hay de todo. Puestos, personas vendiendo dulces, algunos piden dinero, restaurantes, turistas en su camino para visitar la plaza del Zócalo y alguno que otro grupo reuniéndose para protestar sobre algo en el país. Me son indiferentes, pero lo único que no soporto es el olor a incienso y las danzas prehispánicas a un lado de la catedral. Si la idea de que alguien haya revivido de los muertos para salvarnos de nuestros pecados es infantil, ofrecer una danza a un dios para que caiga lluvia es irrisorio, absurdo. Estaban ahí todos los días, no descansaban.
Dejaban que les tomaran fotos, la gente se acercaba. Por pura soberbia y curiosidad pregunté de qué se trataba todo eso. Eran dos esposos. Hacían limpias de energía. Por 50 pesos, en cinco minutos tu vida sería libre de cualquier maldición que pudieras haber heredado de tus antepasados o algún enemigo. Quién hubiera pensado que nada más se necesitaban hierbas, andar con faldas de colores y sobreros gigantes de plumas para tener libertad y terminar con las cadenas de maldición que tu familia han cargado en sus hombros desde hace generaciones.
Me ofreció comprar una de esas limpias. Solamente ahogué mi risa y sonrisa. Uy no, gracias, otro día mejor, le dije. Ella no le dio más importancia y su esposo simplemente continuó tomándose fotos con algunos turistas. En el momento que comencé a emprender mi camino sentí la mirada de un hombre. Después de algunos pasos me congelé. Mis piernas convertidas en hielo. El frío se apoderó de mi cuerpo.
Entre el mar de personas pude identificar a la persona que me estaba viendo con una mirada pesada como el mercurio. Sin moverse y con espalda recta, cual faro en la orilla de la tierra firme. Era alto, con un traje negro usado y lentes oscuros. En la mano llevaba un maletín y en la otra un bastón para invidentes desgastado. No sé el porqué, pero sabía que él me veía. Movió la boca. A pesar de estar algo lejos lo escuché. Yaotl. Después de eso dio media vuelta y se perdió entre las personas. Pude recuperar el control de mis piernas y me dirigí al metro.
Ni idea de qué se haya significado eso. Tenía años que no me congelaba así. Seguía agitado. Me puse mis audífonos y poco a poco las canciones comenzaron a distraerme de esa interacción tan rara. Los rostros cambiaban de estación a estación, subían y bajaban del vagón, había menos gente que en otros días. Como tenía que recorrer más de la mitad de la línea de metro, en el momento que encontrara un lugar vacío me sentría, cruzaría de brazos y cerraría los ojos para un sueñito.
Sentí que alguien se sentó a mi lado. Acomodó sus maletas y en el esfuerzo de hacer inmovilizar las maletas en el pasillo interrumpió mi sueño. Abrí los ojos y a lo lejos lo volví a ver. El mismo hombre con el mismo maletín, pero esta vez al fondo del vagón medio vacío. Me agité un poco y me quité un audífono. Perdón, señor, lo desperté, dijo la señora a mi lado. Voltee a verla. Su camisa y suéter sucio delataba que vivía en la calle. No se preocupe, le respondí. Cuando volví a buscar al hombre, ya no estaba.
Lo desperté y ahora ya no se va a poder dormir, perdóneme, decía con una sonrisa mientras trataba de acomodar sus cajas y mochilas para que no se movieran. De todas maneras es mejor, así no me paso de estación. Eso sí, me contestó. Me gustaría tener un lugar en dónde guardar todo esto, pero pues no se puede. Tengo que viajar con todo y todo, me platicaba con la mirada centrada en sus cosas. No tenía pinta de que iba a terminar la conversación ahí, pero pues tampoco me disgusta cuando las personas hablan solas, es raro, eso sí.
La ciudad es aún más grande de lo que era cuando llegué. Yo vengo de la sierra. Todos tuvimos que huir de mi pueblo. Se quemó. Ya casi era mi bajada. Permiso que en esta bajo, le dije. Ella volteó a verme y noté que sus ojos estaban rotos. Los dos partidos en cuatro partes como si una pequeña navaja los hubiera atacado. En lugar de pupilas eran grietas. Tú lo conoces, lo viste. Él lo quemó todo, ese fue el castigo para nosotros que matamos a los dioses, dijo en un tono frío como metal. Esas palabras congelaron el tiempo de un momento a otro.
Es un chamán. Ya era viejo desde que yo era niña. Mi pueblo antes era una comunidad muy devota a todos los dioses aztecas. Tonatiuh, Meztli, Tlaloc, Huitzilopochtli, todos ellos. Los honraban y respetaban. Agradecían por las cosechas y ofrecían sacrificios a ellos para que nos protegieran. Así era hasta el día en que misioneros llegaron y convirtieron poco a poco a todos a Cristo. Hasta construyeron una iglesia, enviaron a un padre y todo. Esto no le gustó a él. Comenzaron a ignorar sus rituales y ya nadie presentaba sacrificios. Su ira creció con el tiempo. A sus ojos, dejamos morir a quiénes nos habían dado todo. En herejes nos convertimos.
Escuchaba, pero quería empujarla y salir corriendo. Con permiso, le dije. Aunque no se movió yo forcé mi paso hacia la salida del vagón. Llegamos a la estación, el metro se detuvo, pero las puertas no se abrieron. Ella se puso de pie y caminó hacia mí y continuó hablando. El chamán quería que las personas regresaran a las antiguas costumbres, rogaba, imploraba, gritaba y se enojaba, pero nadie le hacía caso. Aunque mis papás también se volvieron católicos seguían hablando con él. Eran los únicos que no lo considereaban un loco, sentían un poco de lástima por cómo todos lo trataban. Lo invitaban a cenar. Yo creo que él pensaba que mis papás podrían regresar a las viejas costumbres.
Después de una cena se despidió. Dios le bendiga, le dijo mi papá sin pensarlo y con una sonrisa. El viejo frunció el ceño, le dedicó una mirada pesada y perdida, como si algo se hubiera roto dentro de él. Esa mirada, la misma que sentiste tú. Fría, profunda y amarilla. No respondió, dio la vuelta y se fue. A la mañana siguiente quemó la iglesia del centro. El fuego se extendió a las casas. Comenzaron a caerse a pedazos algunas. Personas atrapadas, niños, mujeres y hombres gritando por sus vidas mientras la llamas consumían no solo sus cuerpos, sus almas. Todo el pueblo tenía olor a cabello, tierra y carne quemada.
Entre la confusión mis padres quisieron ayudar llevando cubetas, yo me quedé en la casa y el viejo llegó minutos después de que mis padres se fueron. Traía un cuchillo de obsidiana enorme en la mano. Desprendía un odio caluroso. Se acercó hacia mí diciendo frases que no podía comprender. Tomó mi brazo y me alzó para inspeccionar mi cara. Me dejó caer y puso su peso contra mí. Con una mano sostuvo mi cara para que no me moviera y la punta de la obsidiana comenzó a acercarse. El filo penetró mis ojos y sentí a la sangre correr en mis mejillas. Privó a mi vista de todo, excepto de su rostro y figura. Tal vez porque fue lo último que vi, por eso lo puedo ver a él, incluso en sueños. Cuando mis padres regresaron yo estaba llorando y en el suelo lleno de rojo, nunca encontraron al viejo.
Sentía que había pasado una eternidad. Miré mi reloj, pero la hora y el día habían desaparecido. Aunque fuera un vagón ya no estábamos en el metro. Conforme continuaba la historia se escuchaban tambores y cascabeles a lo lejos. Un canto grave y flautas, cada vez más cerca. Mi corazón latía rápido y, a pesar de estar sudando demasiado, no podía sentir la humedad de las gotas.
No, nunca lo encontraron, pero sé que él decide cuándo, cómo, el porqué y ante quién aparecerse, continuaba ella con la historia. He pasado todos esos años viviendo en la oscuridad. No sé cuántos hayan pasado, imposible contarlos. Pero heme aquí, contigo. Por si te lo preguntas, no, nunca me habla, pero su silencio lo podría explicar todo si llegara a cuestionarlo. Es el castigo por parte de los dioses por dejarlos morir, su eterna venganza. No muestran ningún arrepentimiento por los humanos que les han faltado al respeto. Seguramente los despreciaste y te burlaste. Para ti todo será peor, eres enemigo. Su enemigo.
Las puertas se abrieron, pero daban hacia una oscuridad absoluta. Lo único que se encontraba ahí era el sonido de los tambores, flautas y cascabeles. Del fondo una figura se comenzó a formar. Era el viejo chamán, ahora con ropas limpias como si auspiciara una ceremonia, sin los lentes oscuros y sin bastón, pero con un cuchillo de obsidiana enorme. Estaba sin moverse, con la cara volteada en mi dirección. Los tambores cesaron. Silencio absoluto inundaba mis oídos. Así fue hasta que un grito irrumpió en la oscuridad.
Los tambores, cascabeles y flautas comenzaron a tocar más rápido y el viejo comenzó a caminar a paso apresurado hasta donde yo estaba. Inmediatamente di la vuelta para correr, pero no llegué lejos porque dos figuras grandes sin rostro sostuvieron mis brazos y comenzaron a acercarme al viejo. Redoble, la oscuridad ahora es pesada, cascabel, redoble, empiezo a temblar, cascabel, redoble, grito sin que nadie me escuche, cascabel, un último redoble y ahora estoy a los pies del viejo.
No me mate, le ruego, imploro que me perdone la vida, no entendía nada, le decía a sollozos y gritos. Inmutado por esto hizo un gesto a las figuras que sostenían mis brazos. Era arrastrado de nuevo. Hasta llegar a una cama de piedra. Me quise retorcer y luchar por ser libre, pero mis piernas también fueron sujetas. En toda la oscuridad veía el brillo del cuchillo de obsidiana y al chamán, nada más.
Tambores aún más frenéticos comenzaron. El viejo comenzó una especie de oración en voz baja y alzó el filo de la navaja cual espada de Damocles. Terminó el rezo, y el peso del cuchillo encontró mi pecho. Las costillas se quebraron. Rebanaba cada músculo y cartílago de un solo movimiento. Herido y expuesto como ganado. La obsidiana haciendo un hoyo negro en mi alma. Ya no había resistencia en mi cuerpo, solamente sentía espasmos que eran ahogados y restringidos. Mi sangre recorría la cama de piedra, mi espalda, mis pies. Cerré los ojos. Huía de la oscuridad y de lo que estaba pasando.
Metió su mano en mi pecho. Encontró mi corazón. Lo tomó con fuerza y arrancó. Mi esencia estaba siendo destruida poco a poco. Ofrecido a los antiguos dioses protectores de nuestro pueblo hace tantos años. Me convertí en su enemigo por soberbio. Reí de lo que no comprendía y ahora estaba pagando. Alcé un poco la cabeza y vi cómo el viejo alzaba mi corazón con la cabeza baja. Como un sirviente ofreciendo una corona a un rey. De pronto, se sintió un calor abrazador. Algunas gotas de lluvia. La luna se hizo presente. Sentía tres miradas en el cielo. Mi corazón comenzó a marchitarse y hacerse pequeño hasta desaparecer. El carmesí de las manos del viejo también se esfumaba. Cerré los ojos poco a poco comencé a perder el conocimiento, por fin me quedaba dormido.
Desperté en mi cama. Tenía una sed inmensa, inhumana y mi cama estaba empapada de sudor. Corrí hacia la cocina por un vaso de agua. Un sueño tremendo, ni siquiera sabía en qué momento había llegado a casa. En mi hogar, pero me sentía vacío. Un cascarón de hombre. Cuando volví a mi habitación ahí estaba, el viejo con cuchillo en mano.
Mis piernas perdieron la fuerza y mi cuerpo cayó en el suelo violentamente. Estaba paralizado. Lo vi acercarse. Ahora el filo del cuchillo se acercaba a mis pupilas. Rebanadas. Mis ojos son partidos salvajemente por el movimiento de la obsidiana. Antes de perder el conocimiento se acercó a mi oído. Un susurro con odio, disgustado y asqueado que recordaré y repetirá mi cabeza de forma incansable hasta el día que de verdad muera. Xolopitli.
Después de muchas horas pensé en abrir los ojos, pero no pude. Mi vista fue arrebatada. No siento calor. Mi corazón fue ofrecido. Sacrificado. Un hereje más en la tierra. Cómo extraño los colores. Quiero sentir de nuevo, pero no encuentro más que oscuridad y vacío, no tengo nada. Soy nada.