En ese terreno enterramos a mis perras. El hoyo que cavé era angosto, pero profundo y el nuevo hogar de las dos pequeñas schnauzer. Un cementerio de mascotas. Claro que las quería, las amaba, pero era necesario que su fin llegara. Antes corrían, perseguían y ladraban sin descanso. Parecían sonreír, abrazarte y buscaban esconderse de truenos y cuetes entre mis piernas. 14 años después ya no podían caminar sin soltar un aullido que parecía más un grito agudo provocado por un dolor de cadera intenso. Su juventud se había terminado hace tiempo, la calidad de vida era otra.

Antes de fusionarse con la tierra tenía que llevarlas con su verdugo. El veterinario entró al consultorio y llevaba consigo una aguja que reflejaba un aura amarilla. Con delicadeza la tomé y subí a la mesa de metal con olor vacío. Confundida y con miedo no sabía qué pasaba, su instinto le anunciaba sobre una oscuridad cercana. El sufrimiento se terminaba con esa inyección. Al sentir la punzada en la vena su piel se tensó y dejó escapar un aullido ahogado. Por un momento quiso salir corriendo, huir y vivir. Mi corazón saltó, mi estómago dolió y un vacío capaz de tragar toda luz se manifestó en mí. Con amor dulce puse mi mano sobre ella para hacerle sentir que era por su bien. Un último adiós. Alzó su cabeza un poco para verme, se despidió con una lamida al cielo, recostó su cabeza de nuevo y sus ojos perdieron el brillo.

Mi otra perrita padecía los mismos malestares que la primera. Era la siguiente en partir. Había una diferencia clara, su extraña calma. No se alteró en ningún momento, aceptó su destino. Su última reserva de energía fue drenada por el viaje de mi casa a la veterinaria. En |os momentos finales expulsaba una tranquilidad como la del arroyo que es hogar y alimento del bosque, animales y plantas. Me aseguré de tener sumo cuidado al momento de cargarla y colocarla en la mesa de metal, se recostó y en unos minutos sus ojos se cerraron. Mi corazón cayó al vacío. Después vino la inyección y el descanso eterno.

Ahora sus dos cuerpos comparten la misma tumba. Cinco metros de profundidad. Profundo para que con el tiempo la muerte se transforne en vida. Eso pensaba mientras sus cuerpos se perdían entre la tierra y los recuerdos me invadían, inundaban y se asentaban con más y más fuerza.

No hay lección, simplemente recuerdos sobre recuerdos que parecen entrelazarse uno sobre otro sobre otro que provocan fijar la mirada hacia el horizonte sin enfocarse en algo específico y a alguien le causará curiosidad tus ojos y preguntará en qué piensas, sin embargo, no hay respuesta corta, larga o satisfactoria para él, ella o para ti. Nostalgia que se transforma en colores, olores, felicidad, tristeza, y finalmente, amor, pero todo eso se esconde detrás de una sonrisa y un: Nada, está haciendo un lindo día hoy.