Este mes tuve la oportunidad de ser parte del rodaje profesional de un cortometraje. Fue todo un viaje (literal fue en otra ciudad) que deseo compartir con ustedes en este espacio para hablar del Séptimo Arte.
Me vinculó la directora de arte del cortometraje, Lorena Álvarez, amiga que sabía de mi interés por participar en el mundo audiovisual. Ella ha trabajado con grandes producciones para Netflix, Amazon, 20th Fox, entre muchas otras grandes firmas del medio.
El proyecto nació hace 10 años, de la mente de Gustavo A. Suárez, profesor de la Universidad del Valle, por un documental que realizó él mismo sobre la vida de mujeres que viven de la prostitución. A lo largo de esos 10 años fue escribiendo y reescribiendo el guion y buscando la forma de llevarlo a cabo con Jhina Hernández, fundadora de Cinta Adhesiva Comunicaciones, una firma realizadora tanto de cortos como largos, documentales, entre otros.
El rodaje duro 4 largos días, pero el equipo de arte empezó a trabajar varios días antes del rodaje y así tener todo listo para las primeras escenas. Cuando yo llegué ya parte del trabajo estaba adelantado, como ver las locaciones y encontrar lugares con objetos y artículos útiles para la escenografía y la decoración.
El día que llegué fuimos a uno de esos lugares, una “bodega” de Buga, la ciudad donde estábamos. Parecía sacado de un episodio de terror de un programa sobre “acumuladores”. Era una casa muy grande donde absolutamente todo estaba lleno de cosas, la mayoría destruidas y completamente llenas de polvo.
Mesas, neveras, mecedoras, aparatos viejos, muebles, pedazos de madera, motores… había de todo. En medio de las cosas, pequeños corredores, a veces más angostos, por donde se accedía a áreas de un laberinto de anaqueles de mugre. Corrías el peligro de mover algo al pasar y causar un derrumbe estructural, pudiendo quedar atrapadx por una pila de estatuillas del señor misericordioso. A medida que avanzabas veías habitaciones repletas de diferentes ítems, una tenía lavadoras, otra con armarios y así. De vez en cuando te encontrabas un asiento en una esquina, vacío y medio limpio, como si el dueño se sentara por allí de vez en cuando a admirar su gran castillo del caos.
En la parte de atrás accedías a las escaleras, si, había un segundo piso con más y más objetos atrapados en el pasado. El piso era de madera, sonaba y se hundía un poco en algunas zonas cuando pasabas. Tengo la seguridad de que ese piso no lo sostenían paredes, sino las cosas que estaban en el primer piso.
Tuve que volver otro día, parecía que las cosas habían cambiado de posición, lo que daba la impresión de que aquella masa indecente de suciedad cobraba vida por la noche. El lugar daba miedo, no tanto por los fantasmas encerrados entre las estanterías de lo absurdo, sino por lo que posiblemente vivía entre los vericuetos de lo obsoleto.
Podría continuar narrando todo lo que me provocó este lugar, pero entonces acapararía este artículo. Lo dejaré en el archivo de las ideas para tal vez escribir una versión nihilista del Castillo Ambulante.
Las locaciones a usar eran las fachadas de algunas casas y una tienda, un bar, un cuarto que debía funcionar como aparta-estudio y una casa con cuartos de alquiler. La más difícil fue el espacio que debía convertirse en el hogar de una de las protagonistas de la trama (el aparta-estudio). De lo que había en ese cuarto solo se podía usar una cama, tenía un gran ventanal que no funcionaba para el guion, así que elaboramos una pared falsa.
Uno de los primeros aprendizajes que me impactó fue el tema de “falsear” los lugares, la fachada del bar era un lugar diferente a donde se grababa el interior del bar. Se conectaban por elementos colocados por nosotrxs, el departamento de arte, como por ejemplo, una cortina de bambú. Además, también importa el ángulo que toma la cámara y el departamento de fotografía para capturar la escena. Es algo que ya sabía, claro, no soy ingenux, pero no había hecho consciente todo el proceso. Como dicen por ahí, la magia del cine.
Yo no era la única persona con poca experiencia en el proyecto, también estaban lxs estudiantes de la facultad de comunicaciones de la Universidad del Valle. En el equipo de Arte estaban Danna, quien pertenece a Bugawood, un colectivo audiovisual de la ciudad, y Oriana, para quien el corto era su experiencia decisoria en definir su carrera a futuro. En especial hice amistad con Danna, una chica con demasiado entusiasmo y energía por tomar acción en su trabajo.
Lorena mantuvo una actitud pedagógica hacia nosotrxs, nos explicaba cada detalle, la importancia de las herramientas, la manera de trabajar, como ahorrar tiempo, qué priorizar, como nos relacionamos con los otros departamentos, que hacer en el set en el momento de grabar, tener en cuenta el guion en todo momento, entre muchas más estratagemas cinematográficas.
Es así como desde el equipo de arte redujimos a ⅔ un tocador para que encajara en la habitación, así como ponerle cajones falsos, ya que solo tenía uno, adaptando la parte frontal de cajones de otro muebles con arabescos similares. Allí la directora de arte reveló sus trucos de magia, combinando colbón (tipo de pegante) con aserrín para rellenar los huecos que quedan al haber cortado el mueble en 3 y haber unido los extremos. Luego del proceso de lijado y pintarlo con tintillas especiales, nadie en los otros departamentos creían que la cómoda tenía ⅓ menos de longitud que la original.
Las mismas estudiantes llevaron cosas de sus casas y de casas de sus vecinxs y amigxs, como peluches, lámparas, ollas, sartenes… De todo para que el lugar pareciera habitado por dos mujeres. Algunas de esas cosas traían sus propias historias, como un peluche de oso tamaño casi real, único recuerdo de la esposa de un señor a quien ella abandonó.
Lo más impresionante fue la pared falsa, luego de tomar las medidas de la ventana y conseguir las láminas de icopor (poliestireno expandido) el proceso fue tomando forma lentamente. Una vez unidas las láminas, se le incorporó papel craft de manera que no quedara uniforme, sino con arrugas y discontinuo. Luego le siguió una capa de estuco, de la misma forma. Después otra capa de pintura y finalmente unos acabados hechos por Lorena, que le dieron el toque final y hacía parecer aquello como una pared llena de humedad, descuidada con los años.
Aun así, lo que más me sorprendió personalmente, no fue ver como había cambiado esta locación ante mis ojos, sino como lo hacía ante la cámara, con la iluminación artificial haciendo parte de la magia. Pasar de ver el lugar cuando llegamos, a ver el lugar transformado en la pantalla, explotó mi cabeza, entendí el trabajo que hacía y descifre uno que otro misterio cinéfilo. Fue para mí el mejor pago de toda la labor.
Cada segundo de captura de la cámara, contaba con una logística abrumante. Las locaciones debían estar listas a tiempo para el momento de grabar. El departamento de maquillaje preparaba las actrices y los actores. Iluminación hacía parecer que era de día si era necesario, cuando la grabación era en la noche, pero la escena era de día. La producción hacía detener el tráfico, apagar equipos de sonido en gimnasios, aguar serenatas de cumpleaños en un gran perímetro a la redonda y evitar que quienes estuviéramos en el set, respiráramos. Todo lo necesario para disminuir el ruido al momento de grabar.
Los micrófonos usados son tan potentes que escuchan ruidos de otra zona de la ciudad. Quien estaba al mando del sonido, Daniel, le daba el aviso al director que podía empezar en cualquier momento. Una persona marcaba la escena en cámara con la famosa claqueta y todo quedaba listo para crear un mundo. El departamento de sonido, dirección y fotografía estaban siempre detrás de cámaras, aparte siempre había una persona de producción, una de arte y de otros departamentos en el momento de la grabación.
El director no siempre gritaba acción tan rápido, a veces se tomaba su tiempo, tal vez para esperar que las actrices se asentaran en el papel o al contrario, para que se impacientaran un poco y hacer su diálogo un poco más agresivo.
Mi escena favorita: la coprotagonista baila en el bar en medio de lxs extras, quienes deben estar allí inmóviles. Fue el último día de grabación, el trabajo para arte se había aligerado un poco y pude detenerme un momento a contemplar la escena (literalmente). Se notaba que la actriz disfrutaba su performance, allí se incorporaba totalmente con el personaje, era como una doble liberación, para ser ella misma. Personaje y actriz eran una sola, siendo la estrella del lugar, el objeto de la mirada y a la vez una actuar como si nadie la estuviera observando, como si estuviera en la soledad completa de su propio universo.