Hace 50 millones de años, en nuestro planeta, mucho más cálido que hoy, un pequeño mamífero, parecido a un lobo, merodeaba las orillas de los antiguos océanos. Su nombre era Pakicetus, y su tamaño no superaba al de un lobo moderno. Pero, aunque su aspecto era el de un animal terrestre, su historia está en la raíz de una de las criaturas más extraordinarias que jamás hayan existido: las ballenas.
En un mundo donde los océanos hervían de vida, los primeros Pakicetus no sabían que su futuro los empujaría al agua. Mientras el planeta se calentaba y las aguas se llenaban de microorganismos fotosintéticos, el océano se convertía en un festín para quienes se atrevían a adentrarse en él.
La comida era más fácil de encontrar en el agua que en tierra firme, y estos mamíferos, que aún caminaban sobre cuatro patas, comenzaron a dar pequeños saltos hacia el mar en busca de alimento. Pero no era fácil para ellos. Aunque su cuerpo estaba diseñado para correr, nadar no era su fuerte. Se movían con torpeza, y pronto los depredadores del océano comenzaron a acecharlos. Los Pakicetus desaparecieron, dejando solo sus fósiles como vestigios de una era perdida.
Sin embargo, su historia no terminó allí. En 1994, el paleontólogo Hans Thewissen inició un descubrimiento que cambiaría todo lo que sabíamos: un fósil de Ambulocetus natans, el siguiente paso en la evolución hacia las ballenas.
Este animal, que vivió hace unos 49 millones de años, no solo nadaba, sino que también caminaba. Su nombre lo dice todo: "la ballena que nada y anda". Aunque su cuerpo ya se había adaptado mejor al agua, con una cola más adecuada para nadar y patas traseras que actuaban como aletas, el Ambulocetus seguía siendo lento y torpe, tanto en tierra como en el mar. Su vida, aunque un avance en la transición, no duró mucho, y sus fósiles se dispersaron por el planeta como testigos de una etapa intermedia en esta fascinante travesía evolutiva.
Pero el viaje hacia las ballenas no se detuvo allí. En el mismo año en que Thewissen descubrió el Ambulocetus, el paleontólogo Philip Gingerich encontró otro fósil crucial: el de un Rodhocetus. Este animal, que vivió hace 46 millones de años, ya medía unos 3 metros de largo y había experimentado cambios importantes en su anatomía. Su cuello era más corto y sus patas traseras más anchas. Estos cambios le permitieron moverse mejor en el agua y escapar de los depredadores con mayor facilidad.
El Rodhocetus ya estaba mucho más adaptado al medio acuático, y su capacidad para filtrar la sal del agua le permitió vivir en mares poco profundos.
Pero no fue hasta hace unos 39 millones de años que la verdadera revolución ocurrió, con la aparición de los Basilosaurus. Estos gigantes marinos, que podían medir hasta 18 metros de largo y pesar más de 6000 kg, ya eran auténticos maestros del océano. Aunque todavía conservaban pequeñas extremidades traseras, su cuerpo alargado y su habilidad para nadar los convirtieron en depredadores formidables.
Junto a ellos, nadaban las pequeñas Dorudon, que, a pesar de ser mucho más pequeñas, eran increíblemente ágiles. Su cuerpo estaba perfectamente diseñado para moverse con rapidez en el agua, y se desplazaban en grupos, una estrategia que les ofrecía protección frente a los depredadores. Estas criaturas fueron una pieza clave en la evolución de las ballenas modernas.
Y cuando creíamos que la evolución de las ballenas no podía sorprendernos más, en 2013, los paleontólogos hicieron un descubrimiento extraordinario en las costas de Perú: el Perucetus colossus.
Este enorme mamífero marino, que vivió hace unos 39 millones de años, es uno de los ancestros más sorprendentes de las ballenas. Aunque se creía que los antepasados de las ballenas modernas eran animales marinos ágiles y rápidos, el Perucetus desmentía esta idea. Con un cuerpo robusto y pesado, que podría haber alcanzado hasta 20 metros de largo y pesar varias toneladas.
Perucetus no estaba perfectamente adaptado para nadar de manera ágil, sino que su forma más primitiva sugiere que pudo haberse desplazado lentamente por aguas poco profundas. Sus extremidades, aunque adaptadas para la vida acuática, todavía eran una mezcla de patas y aletas, lo que lo convierte en un eslabón clave para entender la transición de las ballenas hacia su dominio del océano profundo.
A medida que el clima del planeta cambiaba, hace unos 35 millones de años, los océanos se enfriaban, lo que representó un desafío para muchas especies marinas. Sin embargo, las Dorudon encontraron un refugio en las aguas frías, cerca de los polos, donde podían prosperar gracias a su capacidad para mantener una temperatura corporal constante.
En este nuevo entorno, las ballenas también desarrollaron una habilidad crucial: la ecolocalización. Utilizando el sonido para navegar y detectar presas en las oscuras profundidades, las ballenas comenzaron a cazar con una precisión impresionante.
Así, a lo largo de millones de años, las ballenas continuaron su evolución. Hoy en día, existen unas 86 especies de ballenas, cada una adaptada a un nicho particular en los océanos. Algunas, como el cachalote, pueden sumergirse hasta 1500 metros en busca de alimento. Otras, como las ballenas barbadas, pueden pasar días sin comer gracias a sus reservas de grasa. La ballena gris realiza migraciones épicas de hasta 20,000 kilómetros al año. Y, en el caso de la ballena boreal, que puede vivir más de 200 años, tenemos un testimonio vivo de longevidad y resistencia.
El viaje de las ballenas, desde aquellos primeros mamíferos terrestres hasta convertirse en los majestuosos gigantes marinos de hoy, es un testimonio de la asombrosa capacidad de adaptación de la vida. A lo largo de su odisea evolutiva, las ballenas han sobrevivido a desafíos que habrían derribado a cualquier otra especie. Y a pesar de los obstáculos, siguen siendo una de las criaturas más impresionantes de nuestro planeta, cuyas historias siguen resonando en los ecos profundos del mar.
Texto basado en las siguientes fuentes de información:
1. Muizon, C. (2009). L’origine et l’histoire évolutive des Cétacés. Comptes rendus. Palevol, 8(2–3), 295–309.
2. Gingerich, P. D. (2015). Evolution of whales from land to sea. En Great Transformations in Vertebrate Evolution (pp. 239–256). University of Chicago Press.
3. Marris, E. (2023). Could this ancient whale be the heaviest animal ever? Nature.