A lo largo de mi vida en Honduras, he sido testigo de cómo las barreras culturales y estructurales de mi país limitan el potencial de nuestras vidas cotidianas, especialmente en lo que respecta a la adopción de tecnologías emergentes como Web3, blockchain y las criptomonedas. La incredulidad y resistencia que enfrentan estas tecnologías en el país no son algo que surja de la nada, sino que están profundamente arraigadas en los problemas estructurales, económicos y políticos que han definido la historia de Honduras. Sin embargo, más allá de los desafíos, existe una oportunidad real de transformar el panorama, y es ahí donde la tecnología podría desempeñar un papel crucial.
Desde pequeña, siempre he notado que en Honduras los procesos gubernamentales y administrativos son increíblemente lentos y obsoletos. Recuerdo que, por ejemplo, para poder obtener mi Documento Nacional de Identificación (DNI) tuve que hacer un largo viaje a otra ciudad y pasar por tres oficinas diferentes. Esto, a pesar de que cada uno de esos trámites podría haberse resuelto con una sencilla visita a un sitio web o una aplicación móvil. Más tarde, cuando por fin implementaron un nuevo sistema para obtener el DNI, afortunadamente, se acercaron a mi lugar de trabajo para hacer el trámite de forma más eficiente. Sin embargo, este tipo de soluciones sigue siendo la excepción más que la norma. A pesar de los esfuerzos, el país sigue siendo víctima de un sistema burocrático ineficiente, donde los ciudadanos tienen que perder horas o incluso días para realizar trámites que deberían ser simples.
El caso de mis antecedentes penales y policiales es otro ejemplo. Para obtener esta información, tuve que esperar en una larga fila durante toda una mañana. El proceso era tedioso, innecesario y, en el fondo, algo que podría haberse automatizado fácilmente. Y esto no es exclusivo de un solo trámite: la mayoría de los servicios gubernamentales en Honduras siguen siendo ineficientes y, muchas veces, exponen a los ciudadanos a situaciones incómodas y poco productivas.
Cuando comencé a conocer más sobre el mundo de Web3 y blockchain, a menudo le comentaba a mi madre cómo muchas de estas tecnologías podrían ayudar a solucionar gran parte de los problemas que enfrentamos en Honduras. Con su habitual sabiduría, ella me respondía: "Hija, este gobierno no hace eso porque no quiere, no lo hace porque no le conviene". A pesar de mi optimismo, sus palabras tienen algo de verdad. El simple hecho de que blockchain sea un sistema completamente transparente y descentralizado podría, en teoría, poner en peligro muchas de las prácticas corruptas que han marcado la historia reciente de mi país. La corrupción en Honduras es un mal endémico que afecta todos los niveles del gobierno y la sociedad. No solo en términos de mal manejo de fondos públicos, sino también en prácticas de fraude electoral, sobornos, y el desvío de recursos que deberían ir a áreas como la salud, la educación y la infraestructura.
La adopción de tecnologías como el blockchain se enfrenta a una barrera fundamental: la falta de voluntad política. Para los gobernantes, el blockchain representa una amenaza directa a un sistema que, en muchos casos, se alimenta de la falta de transparencia. Un sistema donde las elecciones pueden ser manipuladas, los fondos públicos pueden ser desviados, y los procesos administrativos pueden ser alterados para beneficiar a unos pocos. En este tipo de entorno, la adopción de una tecnología que permite auditar cada transacción de forma pública y permanente es algo que no conviene a los intereses de muchos de los actores políticos.
Es importante señalar que la resistencia no solo proviene de los gobernantes. Una gran parte de la población también se muestra escéptica ante estas nuevas tecnologías, y no es difícil entender por qué. En un país donde la educación tecnológica es limitada y donde la mayoría de la gente vive con problemas económicos cotidianos, hablar de blockchain, Web3 o criptomonedas puede parecer algo ajeno y complicado. Además, la falta de acceso a internet y la infraestructura tecnológica adecuada hace que la adopción masiva de estas tecnologías sea aún más difícil. No obstante, las oportunidades que Web3 ofrece, desde la descentralización de servicios hasta la mejora de la transparencia y la eficiencia, podrían representar un cambio radical en el país, incluso con los retos actuales.
Un caso paradigmático de cómo una crisis económica puede acelerar la adopción de tecnologías disruptivas es el de Argentina, cuyo colapso económico y la inflación desmesurada han llevado a muchos ciudadanos a buscar refugio en criptomonedas y otras formas de dinero digital. No puedo evitar preguntarme si, en Honduras, tenemos que llegar a una situación similar de necesidad extrema para comenzar a adoptar de forma más amplia estas tecnologías. Sin embargo, la pregunta es si realmente deberíamos esperar a que las cosas lleguen a un punto de no retorno, o si podríamos tomar la iniciativa antes de que sea demasiado tarde.
Este tipo de reflexión también me lleva a pensar en el futuro de Honduras. ¿Será que algún día podremos abrazar la tecnología como una herramienta para el progreso? ¿Podremos dejar atrás la desconfianza y los prejuicios, y aceptar las soluciones que Web3 y blockchain nos ofrecen? O, por el contrario, ¿seguiremos atrapados en un ciclo de ineficiencia y corrupción que nos condena a la parálisis?
La respuesta no es sencilla. Si bien es cierto que en muchos países la adopción de nuevas tecnologías se ha dado de manera más lenta o incluso forzada por crisis económicas o políticas, también hay ejemplos de naciones que han logrado saltar esos obstáculos a través de la educación, la innovación y la inversión en infraestructura tecnológica. El caso de Estonia, por ejemplo, demuestra que con voluntad política y una visión de futuro, es posible crear un ecosistema digital eficiente, transparente y accesible para todos los ciudadanos. En ese sentido, Honduras tiene un largo camino por recorrer, pero no está todo perdido. Si logramos reducir la brecha digital, mejorar la educación tecnológica en las escuelas y fomentar una cultura de innovación, las posibilidades son infinitas.
El problema es que el país sigue enfrentando dificultades estructurales que limitan esta posibilidad. La falta de confianza en las instituciones, la corrupción endémica y la escasa inversión en tecnología hacen que un cambio de mentalidad en la sociedad y el gobierno sea un desafío monumental. No obstante, la historia nos ha enseñado que, a veces, los cambios más profundos surgen de las crisis más dolorosas. Y si bien no deseamos que Honduras llegue a una crisis similar a la de Argentina, la necesidad de cambio y transformación podría ser el catalizador necesario para que, finalmente, Web3 y las tecnologías descentralizadas encuentren su lugar en nuestra sociedad.
¿Seremos capaces de aceptar las nuevas tecnologías como una herramienta de progreso? ¿Podremos superar las barreras culturales, económicas y políticas que limitan nuestra capacidad para avanzar? Esas son preguntas que, como hondureña, me hago a diario. Pero también creo que la respuesta está en nuestras manos: si logramos unirnos como sociedad, aprender y adaptarnos a los nuevos tiempos, quizás algún día podremos vivir en un país más transparente, más eficiente y, sobre todo, más justo. La tecnología no es una solución mágica, pero en un país como Honduras, podría ser una de las claves para la transformación que tanto necesitamos.