¿Qué es lo que se les viene a la mente cuando escuchan la palabra ciencia? Si es la de una mujer u hombre con gafas y bata blanca que escribe ecuaciones y todo el día está en un laboratorio, no son los únicos que lo creen. Esta imagen fue popular en el siglo XX y ha pasado a formar parte del imaginario colectivo, como icono y/o broma.
La palabra ciencia no tiene una definición como tal, ya que la percepción de esta ha cambiado a través del tiempo y es diferente en distintas disciplinas, tal vez pensaríamos que lo que la definición es la metodología básica que sigue, pero con base en la epistemología. de la ciencia podemos ver que no.
Probablemente la definición o metodología no es lo importante, ya que depende del contexto socio-histórico, quizás lo primordial es conocerla, preguntarnos si siempre formó parte de nuestra cultura e historia de vida, incluso antes de que existiera el concepto o idea de lo que es la actividad científica. Por lo que en este contenido conoceremos un poco sobre el recorrido que la ciencia ha tenido, hacia donde va y cómo ha formado parte de nuestra vida a lo largo del tiempo.
La sociología, epistemología y la filosofía de la ciencia han intentado definir y buscar el origen de lo que conocemos como ciencia, sin embargo, no se ha obtenido una respuesta como tal, ya que el concepto de ciencia y la actividad científica dependen completamente del contexto. socio-histórico, ya que los que la realizan son personas que tienen su propia historia de vida, intereses, visones, ideas, etc., que son, por así decirlo, influenciadas por lo que se vive dentro de la sociedad, así que definir una actividad que cada día cambia, no es crucial. Lo interesante es conocer su historia y cómo siempre ha formado parte de nosotros.
Durante nuestra evolución como Homo sapiens aprendimos a observar y relacionar las cosas que sucedían a nuestro alrededor. Nuestros ancestros prehistóricos fabricaron utensilios, herramientas con las que mejoraron la caza, la recolección, los cultivos y proporcionaron cierto bienestar a sus pequeñas comunidades. Con el desarrollo del arte rupestre, nuestros ancestros ya mostraron una clara intención de observar e interpretar la naturaleza (Arsuaga & Martínez, 2001). Está claro que nuestro razonamiento intuitivo, deductivo y analítico estaba en marcha y ya no pararía jamás.
En la Edad Antigua, las comunidades crecieron, se desarrollaron y se convirtieron en las primeras civilizaciones en las que el desarrollo de la escritura jugó un papel crucial (De Micheli & Iturralde, 2015). Pudieron comunicar sus ideas, realizaron estudios de astronomía, pues su observación del cielo les llevó a establecer un calendario solar, otro lunar, o realizar un catálogo de cuerpos celestes, entre otras observaciones (Cañedo, 1996). Practicaban la medicina, y aunque definitivamente no era como la conocemos hoy, empleaban tratamientos para atender y curar enfermedades. También establecieron unidades para medir distancias, áreas y pesos, y poseían un sistema de numeración sexagesimal y tablas con las que resolvían operaciones matemáticas (De Micheli & Iturralde, 2015).
Por otro lado, su explicación del mundo que les rodeaba venía dada por las fuerzas divinas, una idea que predominó hasta el florecimiento, en la Antigua Grecia, de la cultura helenística, período en el que proliferaron intelectuales y artistas. Pensadores que emplearon la lógica para esclarecer el mundo en el que habitaban y su ubicación en el universo, desligándolo de divinidades y mitos (De Micheli & Iturralde, 2015). Ahora bien, la ciencia que los filósofos y pensadores griegos aplicaban era sobre todo explicativa: teorizaban acerca de la materia, del hombre, del universo, sin someter la mayoría de sus conjeturas a pruebas empíricas. Realizaron numerosos tratados científicos y también eran eminentemente prácticos, por lo que las matemáticas e ingenierías tuvieron un gran desarrollo en la Grecia clásica, una cultura que acogió hombres y mujeres ilustres como Aristarco de Samos, Arquímedes, Euclides, Aspasia, Hipatia, Aristóteles o Platón. , y en las postrimerías de esta Edad Antigua, Claudio Ptolomeo, máximo representante y divulgador de la ciencia astronómica en la ciudad de Alejandría (Santibáñez, 2016).
Con la caída del imperio Romano de Occidente nos adentramos en la Edad Media. La separación que se produjo entre Oriente y Occidente hizo que se perdiera el contacto con muchas de las obras de los clásicos griegos, esto, sumando al establecimiento de la cultura cristiana en la que la fe prevalecía por encima de la naturaleza, hizo que solo unos. pocos saberes resultaron bien acogidos, y estos eran los que situaban al hombre ya la Tierra en el centro del universo. Aun así, a esta cultura occidental Geocentrista llegó el conocimiento científico gracias al interés del emperador Carlomagno por los eruditos de la antigua Grecia (Soto, 1982). El emperador propició la traducción al latín de la obra griega y el intercambio de conocimientos con el Imperio Bizantino y con la cultura islámica, acreedora de grandes avances en el campo de la astronomía, la medicina y la alquimia. Una doctrina, esta última, que daría lugar siglos más tarde, a una de las disciplinas de la ciencia: la Química. En este período medieval se crearían las universidades donde se estudiaría teología, medicina, derecho o filosofía natural, que impulsarían poco a poco la ciencia y alumbrarían el pensamiento científico (Soto, 1982).
Roger Bacon, en el siglo XIII, establecería las pautas del método científico: plantear hipótesis, experimentar y verificar (Manzo, 2001). Con las bases intelectuales de Bacon y las de otros eruditos como Nicolás de Oresme, precursor de la Geometría analítica, o Jean Buridan, con sus estudios sobre la inercia, entre otros, se sembraría el terreno para que quirieran los grandes genios del Renacimiento. Pero la Edad Media no se despediría sin antes sufrir un fuerte contratiempo debido a la plaga de la peste que en el siglo XIV asoló el continente europeo llegando a matar a un tercio de su población y dejando en pausa a la innovación intelectual (Manzo, 2001).
Las artes y las ciencias tuvieron un rico apogeo en el Renacimiento. Con Copérnico, Galileo y Kepler, la idea del centro del universo cambiaría: el sol ahora era el protagonista y la naturaleza se regía por las leyes matemáticas. Los hombres de ciencia planteaban hipótesis que confirmaban con sus experimentos. El conocimiento se propagaba gracias a un glorioso invento: la imprenta. Y todas las disciplinas avanzan: la astronomía con la teoría heliocéntrica, las ciencias naturales con el tratado de anatomía de Vesalio o con el descubrimiento de la circulación de la sangre por William Harvey, la medicina con Paracelso y su desarrollo de tratamientos aplicando fórmulas alquímicas ( Cañedo, 1996).
La ciencia moderna vería la luz en el siglo XVII. Quizás su mayor figura sea Isaac Newton, quien postularía sus Leyes de la Gravedad y de la Dinámica en términos científicos. Durante los siglos XVII y XVIII el universo y la naturaleza comenzarían a explicarse de forma matemática. Los experimentos se sucederían y surgirían numerosos inventos y hallazgos: el barómetro, el microscopio, las calculadoras mecánicas, la máquina de vapor, etc. (Chalmers, 1976/2019). Una auténtica revolución en la que los avances científicos empezaban a transformar totalmente a la sociedad.
El siglo XIX trajo consigo grandes mejoras en el campo de la medicina con las vacunas de Jenner y Pasteur y el descubrimiento de los virus. Y por primera vez se daría una respuesta plausible y bastante polémica a una de las grandes preguntas de la humanidad: ¿de dónde venimos?, y la ofrecería Darwin con la publicación de El origen de las especies y su explicación de la Teoría de la Evolución. La producción de la electricidad, el teléfono, la bombilla, la radioactividad, etc. fueron descubrimientos increíbles en una sociedad en la que las distintas disciplinas científicas ya estaban totalmente profesionalizadas (Chalmers, 1976/2019).
Ya en el siglo XX, si algo destaca en el desarrollo científico es que su principal motor fueron desafortunadamente las guerras. No es algo novedoso, pues las contiendas bélicas siempre incitaron en la innovación tecnológica, pero en este siglo las dos grandes guerras promovieron desde los mayores logros para salvar vidas, como las sulfamidas o la penicilina, hasta los más letales, como el uso de la energía atómica para acabar con ellas (Kreimer, 2009). Pero también alcanzamos un sueño: salir al espacio y llegar a la luna.
Y así llegamos hasta nuestros días, en los principios del siglo XXI, en los que hemos logrado tener una sociedad interconectada, tecnología y una nueva era en la que estamos viviendo una transformación radical en la manera en que la ciencia se produce, se distribuye y se consume. ¿Hacia dónde vamos?, ¿existe una dirección adecuada?, ¿qué problemáticas estamos enfrentando?, estas preguntas las estaremos reflexionando en la siguiente publicación. ¡No te la pierdas!
Referencias:
Arzuaga, JL & Martínez, I. (2001). El origen de la mente. Investigación y Ciencia , noviembre (302): 4-12.
Cañedo, AR (1996). Breve historia del desarrollo de la ciencia. ACIMED, 4 (3): 38-41.
Chalmers, AF (2019). ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? De Pérez y López. Tradicional. España: Siglo XXI Editores. (Obra original en 1976).
De Micheli, A. & Iturralde, P. (2015). En torno a la evolución del pensamiento científico. Archivos de cardiología de México, 85 (4), 323-328.
Kreimer, P. (2009). El científico también es un ser humano. Buenos Aires, Argentina. Siglo XXI Editores.
Manzo, S. (2001). Experimentación, instrumentos científicos y cuantificación en el método de Francis Bacon. Epistemología e Historia de la Ciencia, 24 (1): 49-84.
Santibáñez, DGP (2016). Sobre el surgimiento de la ciencia en Grecia: transmisión y asimilación griega del saber técnico del mundo oriental. Revista Historias del Orbis Terrarum. Núm. 16: 92-106.
Soto, G. (1982). El concepto de ciencia en la Edad Media. Conferencia pronunciada en el ciclo de “Epistemología e Historia de las Ciencias ”: 48-56.