Me di cuenta de esto en la primera clase de yoga, con las manos sudorosas y el equilibrio tambaleante. Vi a otros fluir de una postura a otra con la naturalidad de quienes han caído, tropezado y reído mil veces en la esterilla antes de alcanzar esa serenidad que yo apenas aspiraba.

En mi mente, me había propuesto llegar y "hacerlo bien". Pero ahí estaba, con una rodilla temblorosa y la respiración fuera de ritmo, sintiéndome como una impostora en un mundo de expertos. Y, sin embargo, algo se encendió. Si quería lograr cualquier cosa en el yoga —y, quizás, en la vida—, necesitaba estar dispuesta a parecer torpe, a reírme de mis errores y a aprender de ellos.

Entendí que el éxito exige soltar el ego y abrazar el momento de principiante, ese instante en que nos sentimos vulnerables, fuera de nuestra zona de confort y, en muchos casos, un poco tontos. Pero es ahí donde la verdadera magia sucede: en la disposición a ser aprendiz una y otra vez, sin miedo al ridículo ni a la mirada ajena.

Al final de la clase, comprendí que todo en la vida es así. Si queremos crecer, si queremos alcanzar aquello que deseamos, tenemos que lanzarnos aun a riesgo de caer, de parecer inexpertos. Porque solo quien se atreve a pasar por tonto acaba por sabio.

Así que hoy me presento como una "principiante" que puede parecer tonta comenzando a escribir, 0 puntos y sin haber publicado nada anteriormente. Sin miedo a ser novata, me entrego a este viaje, a cada palabra y cada página, con la esperanza de que en la imperfección se esconda algo verdadero.