Existen Tres Señores del Mar, además de La Cosa. Estos tres lores están bajo las órdenes del rey del orden y la desolación llamado Receptáculo. Este los ungió y puso a sus pueblos de rodillas ante los tres que cuidan los mares del nordeste, noroeste, suroeste. Dejando el sureste a merced del Receptáculo y su tormenta eterna.

La Hereje Sin Lengua.

Mutism es una entidad ancestral, tan antigua como el mismísimo Receptáculo del Mar, y su siniestra historia está manchada por traición y deshonor. Antaño pertenecía a un clan honorable, pero su insensata lengua y su imprudencia atrajeron sobre ellos un destino fatídico. Fue expulsada de forma cruel y, como acto de penitencia, arrancó su propia lengua y cosió su boca con suturas grotescas, jurando jamás volver a pronunciar una palabra.

A pesar de su infamia, el Receptáculo acogió a Mutism en su seno, reconociendo en ella un inigualable potencial para imponer el orden y la sumisión. En un acto de maldad que podría ser malinterpretado como misericordia, el Receptáculo le confirió la Corona de Espinas del nordeste, símbolo de un poder y dominio supremos sobre su antiguo clan y raza.

Desde aquel momento, Mutism se ha erigido como una Verduga despiadada en las tierras que la vieron expulsada. El yugo bajo el que se sojuzgan los desafortunados es solo comparable al macabro silencio que llena el aire, eco de la propia muerte.

Las criaturas marinas, que alguna vez fueron seres de encanto hipnótico, se han convertido en siervos incondicionales de la oscuridad y el silencio. Las Siras, en particular (quizás las conozcas bajo el nombre de sirenas), han sufrido el destino más cruel, despojadas brutalmente de sus gargantas, privadas de emitir sus cautivadores cantos con el objetivo de asegurar que no puedan perturbar el silencioso dominio con sus voces melódicas y seductoras. Lo que una vez fue un medio de belleza y hechizo, ahora se ha convertido en un símbolo tangible de opresión y orden.

El Reino del Noroeste se transformó en un abismo de pesadilla. Las corrientes que solían susurrar secretos de vida y armonía ahora llevan consigo el lamento angustiado de la destrucción. Sin embargo, este lamento es apenas audible, ya que Mutism detesta cualquier melodía que se atreva a elevarse por encima de su propia voz ausente. El silencio absoluto se ha convertido en la norma, sofocando cruelmente la belleza en nombre del Antiguo Orden y el silencio. Que no hablen.

Mutism

El Último Heredero:

En las cumbres luminosas del mar del noroeste, un reino se alza como morada de seres que son una mezcla entre mar y viento, habitantes de las profundidades y los cielos. Criaturas mitad pez mitad ave, que danzan entre las olas y serpentean en el aire. El rey de estos tuvo una vez seis hijos. Sin embargo, la guerra contra el aborrecible Receptáculo, conocido en aquellos tiempos como La Cosa, se cobró la vida de cinco de ellos y el clan de la Cumbre Noroeste finalmente se rindió ante su despiadado enemigo y el rey se vio enfrentado a la cruel realidad de que solo su hijo más indeseado y menos perfecto sobrevivía: su vástago ciego.

Josho era el sexto en la línea de sucesión, uno que no estaba destinado a heredar corona y que ahora se convertiría en el próximo monarca de la Cumbre. Sin embargo, esta idea no agradaba en absoluto a su gente que rechazaban la idea de tener un líder que no pudiera ver. Pero el Receptáculo tenía otros planes para el sexto príncipe y un día, lo convocó a su reino y le entregó una pequeña esfera roja, semejante a una perla. Un ojo de agua le dijo que se llamaba y le ordenó que, en el momento de la muerte de su padre y su indeseada coronación, rompiera el ominoso orbe carmesí para que el orden se desplomara sobre su reino.

Ese día no se hizo esperar, pues su padre, ya anciano y agotado, murió en un sueño tranquilo pocas lunas después. Sin saber nada acerca de las maquinaciones de La Cosa, Josho destrozó el orbe y gritos de dolor y sufrimiento llenaron el aire, desgarrando la súbita calma que acompaña a la muerte y al luto. El príncipe creyó que algún tipo de fuego marino había invadido el océano, quemando a sus súbditos, pero lo que asolaba el Noroeste no era el fuego acuático, sino un veneno cruel que se esparcía con salvaje frenesí por su tierra, cegando a todos en su camino. El océano se sumió en una oscuridad perpetua: la oscuridad de aquellos que no pueden ver. El príncipe Josho, despreciado por la multitud que lo consideraba inmerecido, escuchó sus improperios con una sonrisa irónica. Aquellos que habían vivido siempre bajo la luz no podían comprender las profundidades de las tinieblas que él, nacido y criado en ellas, conocía tan bien. La criatura alada desafió a cualquiera a un duelo por el derecho al trono, un reto que nadie se atrevió a aceptar. Los habitantes, inexpertos en el arte de la oscuridad, se sentían perdidos y desorientados, sus protestas eran solo lamentos débiles y quejidos.

El príncipe fue coronado y muchas lunas después, a petición de su pueblo, se presentó ante La Cosa para implorarle una cura para los ojos envenenados de su pueblo. Sin embargo, La Cosa se rio burlonamente de él y su petición: "¿Acaso crees que puedes ser rey de aquellos que han contemplado lo que tú no? ¿Crees que podrás dormir tranquilo sabiendo que tu propia gente te odia por ser ciego? Regresa a tu reino de oscuridad, joven rey. Vuelve y enséñales a tus súbditos cómo moverse en las sombras, cómo volar siguiendo el viento y cómo luchar mediante la escucha, nunca vuelvas a pedir que recuperen la vista, recuerdarles que ya no existen los colores ni la luz. Que no vean.

Josho

La Mente Colmena

En las honduras oscuras del mar del suroeste, yace un reino donde las aguas despiden un aire malsano y su aparente armonía se siente como el suspiro de un monstruo oculto entre las sombras. Este es el reino de Midea, la mente colmena.

Midea es una criatura aberrante, una fusión perversa entre una mujer y una telaraña. Su cuerpo híbrido, subraya una hermosura macabra, y sus hilos nadan por el océano como brazos pérfidos de sometimiento y control. Su rostro es belleza mortal pero sus ojos vacíos transmiten una oscuridad profundamente sucia. Midea fue una simple medusa, una más entre miles, una criatura errante del mar que el malvado Receptáculo descubrió en su juventud. Una medusa perdida que se acercó al monstruo, que no le temió; y él la acogió para sí, para ser su compañera.

Con el tiempo La Cosa se aburrió de que Midea fuese una simple criaturita nadando en una jaula de agua salada así que la convirtió en un heraldo como él, en un ser de vasto y absoluto poder al solo le quitó una cosa: la escucha. El Receptáculo notaba cómo la medusa temía de los sonidos fuertes, por lo tanto le quitó este sentido para que pudiera permanecer a su lado mientras él rompía el mar de un solo grito y el agua se tragaba la tierra y todo lo que había sobre ella. Desde ese momento, Midea se transformó en un ser muy desdichado sin saberlo, pero a cambio obtuvo inteligencia y el dominio Suroeste, donde expandió su mente sometiendo y anulando la voluntad de toda forma de vida marina.

Bajo su yugo, los habitantes de ese trozo de océano han perdido vestigio de identidad, se convirtieron meros títeres, habitantes sin emociones, prisioneros de un equilibrio forzado. Midea los ha privado de sus pensamientos, sus deseos, sus temores y anhelos. Sin embargo, se les permite gritar sus desgracias y sollozar ante su macabro destino, porque ella no los escucha. La oscuridad reina, la luz se desvanece, y los lamentos de aquellos que alguna vez fueron seres conscientes y libres son ahora fuertes en el silencio que abunda en los oídos de la monarca del suroeste.

En el reino de Midea, la quietud no es calma sino una advertencia, el preludio de un horror cerril. La mente colmena controla y esclaviza, ofrece una ilusión de orden y tranquilidad, pero bajo esa superficie se esconde un tormento difícil de expresar; una prisión sin rejas, donde la única barrera es la voluntad de la que no escucha. Que no piensen.

Midea