Mientras jugábamos al dominó en la cena de año nuevo podía escuchar a uno de mis tíos reflexionar sobre los años vividos, lo que pudo ser, lo hecho, sabido, errores, los infames inexistentes dolorosos hubiera.
Yo tenía 18, me encontraba en el otro lado de la mesa y rodeado de mis primos, jugábamos al dominó, pero no podía concentrarme en eso por afinar mi oreja a las palabras del tío, buscando alguna pista a sus nostálgicas palabras, pensaba que cualquier línea podría revelar la razón de su soledad. Sin embargo, reflexionar lo que decía provocaban un agujero negro en el corazón, no creía que un adulto se sintiera tan incompleto. Mis primos estaban un poco más interesados en las fichas y mulas. El resto de la familia lo escuchaba, pero era notorio que no oían.
Durante su vida siempre fue muy trabajador. Mil y un anécdotas de cuando trabajaba para el jefe la policía de la ciudad, cientos de historias de cuando era chófer. Ganaba buen dinero por aquí y por allá, pero no sé cuándo se perdió, decía mientras poco a poco su mirada se perdía en el espacio. De un momento a otro las palabras se trasforman en lágrimas, cuando por fin no aguanta la pena, el mar de emociones invaden la mesa. Inundan los juegos y risas.
Nadie sabe qué hacer, el único control de daños son palmadas en la espalda, algunos tratan de tomar a broma su llanto para sentirse menos incómodos. Uy ya va a llorar, alcancé a oír. Yo creo que nadie te entrena para tranquilizar a alguien descargándose de esa manera. Por fin, palabras de apoyo salieron de la boca de uno de mis familiares, la verdad no recuerdo quién, pero fue como una pequeña presa cerrando el paso al riachuelo formado en sus ojos. Recuperó el aliento. Pudo seguir contando otras historias más impersonales.
La cena tardó un poco en volver a la normalidad y cuando el reloj marcó la media noche todos nos abrazamos. Volteé a ver a mi tío y sus ojos negros, sin esencia, estaban fijos en el reloj. Sus manecillas giraban, avanzaban, nunca tarde, siempre adelante, sin detenerse.
En la madrugada regresamos a casa. Ese pequeño llanto y sollozo ronco ahogado rápidamente se quedó en mi memoria toda la noche.
Después de unos años mi tío falleció. Le pregunté a mi papá cuál creía él había sido la razón de los llantos de mi tío aquella noche. Las penas de la vida, ya sabes, me dijo. Un tiempo conocí la historia completa.
Resulta que en su juventud, mi tío se enamoró de las carreras de caballo. La adrenalina, el impulso de apostar su sustento en el lomo de un Akhal Teke.
Si resultaba ganador, su dinero se multiplicaría en tan solo dos minutos y la dama de la fortuna invitaría los tragos. Un sueldo de chófer creció gracias a sus tardes en el hipódromo y con eso se compró un Purasangre.
La racha de victorias seguía y seguía y seguía, siempre llegaba, con apuestas aún más fuertes que las anteriores. Respiraba, exhalaba pasión por el deporte. Decidió que su AUTENTICIDAD serían las carreras. Pero, como todo en la vida se termina, el dinero paró. Las derrotas se comenzaron a acumular.
Durante una práctica el jockey apresuró demasiado al caballo, llevándolo a su velocidad máxima, perdió el control de las riendas y el Purasangre chocó de cabeza contra las vallas. Sus patas se enredaron, rodó, chilló, el impulso lo siguió arrastrando por la tierra por varios metros. Para sorpresa de todos, logró levantarse, pero ahora ya era un caballo asustado. Nunca más corrió como antes. Nunca más estuvo dentro de los primeros lugares. Nunca más ganó. Dicen que la desgracia de unos es la felicidad de otros, imposible representarlo mejor porque el hipódromo se encargó de no decirle a mi tío nada al respecto de este incidente.
Su lógica le decía: Apuesta fuerte para recuperar lo perdido, ya pasará la mala racha. Ellos siguieron ganando, mi tío vio cómo el dinero se desvanecía apenas lo tocaba. Fortuna buscó a otro que pagara sus lujos.
Ahora que ya soy adulto, puedo ver la verdadera AUTENTICIDAD de mi tío, el dinero. No era el deporte, no era la trompeta o el disparo del inicio de la carrera, ni la triple corona. El caballo terminó vendiéndolo de semental, pero jamás recuperó el dinero perdido, ni siquiera una tercera parte. Toda su identidad buscaba condensarla en un solo elemento volátil que ni memoria tiene para recordarlo.
AUTENTICIDAD es quiénes somos, las emociones dentro de nuestro ser, las decisiones o caminos que tomamos a partir de hechos traumáticos. Si suprimimos todo individualismo y basamos toda nuestra personalidad en elementos como el dinero, que sí, es importante, pero que el mundo nos pinta como lo único que existe, podemos perder aquellas relaciones con personas, amigos o familiares necesarias para todo humano.
Si matamos nuestro sentido de curiosidad o miedo a intentar nuevos pasatiempos, disciplinas, deportes, leer, consumir buen cine, salir con amigos, visitar museos, tomar fotografías, escribir, no terminamos de entendernos y saber hacia dónde queremos llevar nuestra vida. Decidir cuál es nuestra forma de expresarnos es vital.
¿Cuál es tu AUTENTICIDAD? La mía, el ARTE. En él vemos sentimientos, culturas, costumbres, padecimientos que forman parte de la historia. Las personas que vean nuestro ARTE después de que desaparezcamos del mundo podrán darse cuenta que la soledad, tristeza, miedo o rechazo no son para siempre.
Claro que se puede y en algún momento sentirás cada una de esas emociones, va a doler, mucho, serán intensas, algunas más que otras, pero el consumir y crear ARTE es una herramienta para darte cuenta que solamente es el proceso de algo más grande.
Ser AUTÉNTICO es ser ARTE. Solamente así dejaremos atrás a todos los infames inexistentes dolorosos hubiera.
Gracias por leer.
HC