Si te mueves, generas sonido; y aunque no te muevas, también resuenas. Todo suena, todo vibra, incluso la muerte... Nuestro mundo es esencialmente sonoro. Cuando comprendes que el silencio es una ilusión, un concepto que nos enseñan en el entorno social, te das cuenta de que escuchar no es una elección.
Podría relatar aquí mi historia con la música, la guitarra clásica , la composición de música contemporánea y mi amor por esculpir el sonido a través de la modulación de energía eléctrica que me permiten los sintetizadores. O también podría relatar mi experiencia con la academia y sus filos que, a menudo, cercenan la imaginación. Sin embargo, prefiero usar estas palabras para hablar de mi relación con el sonido, y de ese momento revelador en el que comprendí que escuchar nunca fue una opción, al menos para mí.
En un mundo donde prima la imagen por encima del sonido y de muchas otras cosas, escuchar es revelión. Cuando digo escuchar, me refiero a la escucha activa y, ojalá a la escucha profunda; esa que practicas cuando cierras tus ojos y permites que el entorno invada tu cuerpo, cuando sientes que tus oidos te ubican en el centro, justo donde recae toda la información que te rodea, no importa si estás en una ciudad congestionada con bocinas de carros, aviones, transeuntes y gritos, o estás en el campo rodeado de arboles que, acariciados por el viento, emanan una especie de ruido blanco, los pájaros, las ardillas… lo importante es escuchar, vibrar con tu entorno a través del sonido.
Igual aplica a la música, ese consenso social de sonidos oirganizados por normas contextuales que, dependiendo de nuestro tiempo, nos suenan “bien” o “mal”. Notar los innumerables cambios en una pieza musical, lograr diferenciar la linea melódica de cada instrumento, prestar atención en los cambios armónicos que guían al escucha hacia diferentes atmósferas sonoras y emociones, prestar atención a la letra (si tiene), y simplemente dejarnos llevar por el deleite de escuchar.
Pueden llamarme hedonista, pero si nuestros sentidos no son para disfrutar a fondo esta experiencia que llamamos vida ¿Entonces para qué?
El oído, la escucha, es concéntrica, quieras o no, la información del mundo exterior recae en ti y depende enteramente de tu disposición si quieres que sea de provecho o por el contrario, que solo pase como un “ruido” más a tu inconciente. Mientras que la vista la concibo como una proyección de mi realidad, siempre se mira hacia adelante, no es posible mirar hacia atrás, no es posible tener una percepción completa.
La mirada selecciona, la escucha no.
Con la escucha puedes precibir lo que está atrás, adelante, arriba, abajo, la escucha es mágica, es un super sentido.
Por esto, y por muchas otras más razones, escogí la música y el sonido como medio para expresar mis más sinceros pensamientos y emociones que son imposibles de transmitir por otro medio.
Una desición de vida que tomé hace más de un cuarto de siglo y de la cuál no me arrepiento. Sin embargo, no puedo negar que a veces es muy dificil, sobre todo cuando creas lo que realmente te nace y te place, sin pensar en las tendencias del ominoso mercado de la música.
Y bueno, despues de compartir un poco mi pensar con relación a la escucha y de cómo percibo el mundo a través de ella, les cuento cómo se dió ese encuentro.
“aha moment!”
Estaba en una clase de análisis musical cuando mi profesora nos contó acerca de un compositor estadounidense llamado Jhon Cage y de su pieza más icónica titulada 4’33”. Irónicamente la pieza más popular de este controvertido compositor “no suena” y su nombre se debe a su duración: 4 minutos y 33 segundos de “silencio”.
En el estreno de esta pieza el 29 de agosto de 1952 en el Maverick Concert Hall en Woodstock, Nueva York, el pianista David Tudor se encontraba interpretando una pieza que consta de tres movimientos, en donde la única acción del intérprete era abrir y cerrar la tapa del teclado del piano al inicio y final de cada movimiento, absteniéndose de oprimir siquiera una tecla.
El público acostumbrado a conciertos de música clásica quedó estupefacto, fuera de su zona de confort, atentos a que algo sucediera durante esos cuatro minutos treinta y tres segundos. Sin embargo, solo se escucharon todos aquellos sonidos que se producen dentro de un auditorio: murmullos, toz, tal vez el viento colándose a través de las ventanas, la respiración de los espectadores, del interprete, en fin…
Todo esto para demostrar que el silencio no existe, que es un mero concepto que estamos condenados a escuchar.
Gracias @mooncha por la corrección de estilo.