Irina estaba sola en casa, o al menos eso creía. Despertó temprano como cada lunes, y quedó extasiada con el olor a jazmines que irradió la brisa; a pesar de que había perdido su adicción por las sensaciones inusuales transcurridos 33 años desde su primer amanecer.

- ¿A dónde me conduce esa escalera?- pensó en voz alta mientras observaba con la dosis justa de embebecimiento y temor que iba a comenzar un día fuera de su habitación.

Irina nunca percibió en qué momento esa habitación, que la ayudó a convertirse en la hermosa joven de nariz respingada que ahora era; se había transformado en una especie de cuadrilátero cargado de recuerdos de la infancia que lucían como la conjunción de muchas horas que ya no volverían; de cuadernos con garabatos de escenas sin un final aparente, y sin sentido para el lector promedio. Pero esa habitación continuaba siendo su lugar seguro: el refugio más cálido luego de cada que cada una de sus historias de amor vieran asomarse el ocaso.

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Uno de sus mejores atributos era hacer lo que fuese necesario en cada momento, a pesar de todo. Esa se había convertido en su premisa de vida: "hazlo con miedo, pero hazlo". La archiconocida frase era parte de su oratoria, pero cada vez que la repetía, dejaba a la vista un halo de tristeza, que no permitía sellarla completamente como suya. Lo había superado todo, varios meses atrás habían desaparecido los constantes ataques de pánico, pero el terror a ponerle rostro al próximo minuto, al futuro, permanecía inamovible.

Irina subió cada escalón con cuidado, como si fuera a tropezar a cada paso, aunque ciertamente no eran los escalones lo que enlentecían cada movimiento.

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Ya arriba, parecía que el amanecer había llegado, pero la luna, con la teatralidad de una reina que conoce cómo hacer ceder a su monarca a cada uno de sus desatinos, seguía mostrando su más redondo rostro.

Irina no paraba de preguntarse dónde estaba, e incluso de bordar hipótesis fantásticas al respecto, tal como lo amerita una mente lo suficientemente fértil.

Luego de caminar por algún rato, encontró a una señora de avanzada edad sentada en las márgenes del tranquilo riachuelo que marcaba el camino.

- ¿Dónde estamos?- preguntó con rapidez.

- Yo en tu cabeza, y tú ya no estás- respondió su interlocutora levantando la vista con suavidad-. Pude ser tu reflejo después de otros 33 años, pero tu miedo al mañana nos mantiene ancladas en el ayer que no volverá, sin entender ni disfrutar lo que vivimos hoy.

Irina quedó atónita al percibir que ya no encontraría la forma de salir de aquel lugar, que se había vuelto prisionera de su propia mente. En medio de su sorpresa solo atinó a balbucear:

- ¿Podré comenzar a vivir de nuevo?

A lo que la señora respondió, casi sin respirar:

- Eso no es necesario, como dijeron ya: solo morirás cuando alguien te olvide.