¡Hola a todos! Tiempísimo sin escribir. Sin embargo, vuelvo trayendo parte de una historia que aún sigue latiendo dentro de mí... Por cierto, tuve que cambiar de cuenta por motivos circunstanciales...

Empecemos entonces o debería decir continuemos

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Ramona echó una mirada hacia la inmensidad del cielo, no había ni una sola nube, el sol arreciaba inclemente sobre la variada vegetación que tenía frente a ella. Soltó un largo suspiro y limpió el mar de sudor de su frente. Acomodó su cabello bajo su sombrero su sombrero de ala ancha y continuó rastrillando el suelo, arrastrando las hojas secas del ala sur del jardín del palacio.

El calor era abrumante, pero al menos estaba a salvo, su antigua labor no era del todo sencilla. Su vida, en ese entonces, había estado expuesta al peligro todo el tiempo. Cruzar un bosque lleno de espinas ponzoñosas y atravesar un pozo de feroces cocodrilos, a diario, no era juego de niños. Sin contar con la eterna amenaza de convertirse en la cena de un feroz dragón.

A pesar de que ahora tenía una placentera estancia, la ansiedad con que vivía a diario era aún más agobiante. Sufría de ataques de pánico constantemente, sobre todo cuando sus pensamientos se detenían a analizar las decisiones que había tomado aquel desdichado día.

Lo hecho, hecho estaba. Pero no dejaba de imaginar las horrorosas consecuencias que acarrearía lo acontecido, tanto para ella como para su hermana Rosa. De quien no tenía ni la mínima idea de lo que le estaría sucediendo.

Abrasada en sus angustias, inevitablemente, su mente voló al pasado.

Hacía un par de semanas que había aparecido en las entradas del palacio, cargando la misiva que, Sir Alfonso Enrique Le Blanc, príncipe heredero del condado de Windermere y ahora futuro consorte de la princesa Agatha, le había encomendado. Para los padres de Agatha fue una gran sorpresa ver llegar a Ramona escoltada por la guardia real del vecino país. Todos reconocieron la fanfarria y los enormes estandartes de un gran león dorado extendido sobre un largo lienzo azul y verde, que izaban los sirvientes que formaban parte de la comitiva del príncipe Le Blanc. Ramona disimulaba con una sonrisa falsa, desde de la carroza real donde viajaba, ante la algarabía y aplausos de los aldeanos que inundaban las calles empedradas alrededor de la vía. No compartía la misma sensación de alegría contagiante que se propagaba en el ambiente. Para ella, era como caminar hacia la guillotina, lo menos que deseaba era volver al palacio, pero debía acatar las órdenes que demandaba el protocolo real, entregar la encomienda y fingir que todo iba de maravillas.

Mientras esperaba en el salón principal del palacio de Arandel, Ramona sentía que el tiempo se alargaba y se encogía. Sus manos no dejaban de sudar y, las restregaba una y otra vez sobre su vestido. Estaba más pálida que de costumbre, a punto de desfallecer. En su mente, trataba de controlarse, manteniendo su mirada fija en el suelo y conteniendo su respiración para evitar no romperse en pedazos ante la mirada de todos los que esperaban con ansias las buenas noticias. El salón principal estaba abarrotado, habían sido invitados un gran número de cortesanos, ministros y nobles; incluso la guardia real vino a presenciar su llegada. Afortunadamente, siendo solo una plebeya y sirvienta, su desesperación pasó desapercibida ante los ojos de los presentes, incluidos los del Rey y su majestad, La Reina.

"¡Esto es una gran noticia, debemos hacer todos los preparativos para la boda!"

Había expresado La Reina, emocionada, tras leer la carta del príncipe. Todos aplaudieron de inmediato tras escuchar sus palabras. Sin embargo, Ramona había advertido un deje de alivio en vez de nostalgia, oculto entre las alegres palabras. Pero de inmediato lo dejó pasar luego que su majestad se dirigiera a ella para otorgarle una nueva labor dentro del palacio.

Quizás no era lo que esperaba, pero así podría mantenerse al tanto, por el momento, sobre el destino de su hermana.

Los días se escurrieron, y finalmente, se dispuso la fecha en que el lazo de amor, entre el príncipe Sir Alfonso y la princesa Agatha, se haría oficial. El rumor no se hizo esperar y pronto la noticia llegó a los oídos de Ramona; lo que para ella significaba que aun su hermana seguía con vida. La boda se realizaría dentro de dos meses y todos en el palacio estaban invitados, incluso ella, a pesar de no ser más la sirvienta de Agatha.

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Los pensamientos de Ramona fueron arrancados de improvisto al ser arrastrada, en contra de su voluntad, en lo profundo de la densa vegetación del jardín. Su cuerpo fue arrojado contra un árbol de golpe. Una mano rústica contuvo su aliento y el filo de una delgada daga amenazaba con cercenar su garganta.

"Guarda silencio, si aprecias tu vida", susurró una voz grave y tenebrosa.

Estaba totalmente desorientada, su cabeza daba vueltas ante el impacto recibido contra el árbol. Tardó unos segundo en reaccionar y darse cuenta del peligro en que se encontraba. Su rudo atacante llevaba cubierto el rostro, su ropa estaba ajustada al cuerpo de pies a cabeza; lo único que podía ver de él, eran sus ojos, negros y profundos, como un pozo sin fondo. Era obvio que era un asesino y era probable que le daría una muerte instantánea de un momento a otro. Aun así, de algo estaba segura, por fin dejaría de sentir el enorme peso que llevaba sobre sus hombros. El extraño se detuvo a escudriñarla por unos segundos, que para ella pareció una eternidad. Un pensamiento recorrió la mente de Ramona.: ¿Qué hacía un intruso dentro de los linderos del palacio? Y aún más, ¿Qué deseaba?

Para su sorpresa, el forajido retiró la mano de su boca, mientras presionaba aún más la daga en su cuello.

"Te conozco, eres la sirvienta que cuidaba la princesa de la torre”

Un grito sordo se atoró en su garganta.

El extraño buscó las manos sudorosas de la chica y depositó un pergamino enrollado, que había sacado de un bolsillo oculto en su vestimenta.

“Entrega esto a la Reina. Será mejor que paguen lo que pedimos si desea volver a ver a su hija”

Las palabras tardaron en llegar a su mente. ¿Qué es esto? Sus ojos se posaron en el pergamino. Su mente dio un salto. Quiso arrojar el pergamino, pero sus manos no respondían. Esto era una sentencia de muerte. Su estómago daba vueltas. De pronto el pergamino se hizo muy pesado. Sabía muy bien que si lo entregaba, no solo su cabeza rodaría, sino también la de su hermana.

De pronto, su cabeza comenzó a sacudirse involuntariamente. Sus labios, finalmente, susurraron una frase

“Tenéis a la persona equivocada”

El forajido gruño y acercó su cara a la de ella, “¿Qué has dicho?”

Un fuerte olor nauseabundo abrumó a Ramona. Su pecho subía y bajaba, haciendo que se escurriera el sudor por todo su cuello. Apretó sus ojos y soltó una serie de palabras atropelladas:

“¡Tenéis a la persona equivocada! La princesa vive feliz en el reino de Windermere, junto al príncipe Le Blanc”

El extraño, sorprendido, dudó por un segundo, aflojando la presión de la daga.

“¡Mientes!”, soltó enfurecido. La mano libre del asesino se fue directo al cuello de la chica.

Ramona apenas podía respirar, su boca se abrió en busca de aliento, pero la mirada penetrante del asesino atravesó su alma. Cuando la soltó, sus piernas vacilaron. Una fuerza invisible, indescriptible para ella, sacudió su interior haciéndola caer sobre sus rodillas. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Ramona rompió en llanto explicando, en contra de su voluntad, toda la verdad a su atacante.

"Ya veo el porqué tu cabeza no está adornando las paredes del palacio en este momento"

Ramona había dejado de escuchar, su mente se negaba a creer lo que sucedía a su alrededor. Desconocía que había hecho el extraño sobre ella, pero contrariamente a lo que pensaba, decir la verdad había sido un alivio para sí misma. Temblaba, apretando su pecho de rodillas ante su atacante.

“Ese no es mi problema. La vida de la princesa está en tus manos”, susurró el asesino, alejándose de ella.

A penas dio la espalda, tres flechas lo atravesaron de lado a lado, dándole muerte de inmediato. El intruso no había advertido que otros jardineros habían dado la voz de alerta a los guardias del palacio.

Ramona ahogó un grito al presenciar su muerte. Era la primera vez que veía a alguien morir frente a ella. Pronto, los jardineros llegaron a su lado y la abrumaron con una serie de preguntas. Fuera de sí, apenas podía asentir o sacudir su cabeza a las indagaciones de los guardias. Su mente colapsó y todo se tornó negro.

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Ramona despertó sobre un catre desconocido. Estaba en un pequeño cuarto al lado de la cocina.

“Veo que ya despertaste, querida. Tómalo con calma”, comentó una voz familiar.

Edna, era una de las ayudantes en la cocina. Una mujer regordeta, siempre sonriente y expresiva; bonachona como ninguna. Era la responsable de la preparación de las comidas para los guardias, jardineros, mayordomos y otros empleados que formaban parte del personal del palacio, y como tal, conocía todos los rumores que circulaban en el castillo.

“¿Qué sucedió?”, preguntó Ramona. Apenas podía recordar lo sucedido.

“Irving y otros jardineros te han traído aquí. Debes haber sufrido mucho al estar frente a ese hombre tan peligroso. Realmente es un misterio que un asesino del Clan Cuervos del Ocaso se haya colado en el jardín del palacio. De haber sido yo, habría caído muerta de espanto”, comentó con los ojos abiertos de par en par.

“Has tenido mucha suerte,” dijo alegre. “Nadie jamás ha visto a uno de ellos y sobrevivido para contarlo. ¡Que el cielo nos ampare!”, comentó alarmada, sosteniendo una mano sobre su pecho.

“¡Ay! Pero qué distraída he sido. Toma. Te he traído un poco de té para que pases el susto”

Ramona tomó la taza, forzando una pequeña sonrisa.

“Deben estar muy desesperados para atacar de día. No imagino que extraña razón los haya atraído. Pero no te preocupes. Sea lo que sea, ya estamos a salvo. El capitán de la Guardia Real ha doblado la seguridad en todas partes.”, comentó asintiendo para sí misma. “Por órdenes del Consejero Real, me han dicho” agregó Edna

De nuevo, un frío recorrió la espalda de Ramona. El mismo que había sentido cuando había perdido a la princesa. A su mente llegó el pergamino que había recibido de manos del forajido. Tras su muerte, se había olvidado por completo de él. Estaba segura de haberlo extraviado cuando se había desmayado.

Edna seguía cacareando, sus palabras habían perdido el sentido por completo.

“¿Acaso me has escuchado?”, exclamó Edna

“¡Pero qué cara tan terrible has puesto! No hay de qué preocuparse”, aseguró Edna. ”Estoy segura de que nadie se atreverá a invadir los dominios del palacio”

Ramona tragó fuerte. Lo más probable era que pronto encontrarían el pergamino y entonces sería el fin de ella. Se levantó de golpe, haciendo que Edna saltara de un susto.

“¡¿Qué mosco te ha picado?!”

“Debo buscar a mis hermanos”, soltó y, sin esperar respuesta, se marchó.

Afortunadamente, la puerta levadiza de la muralla norte se mantenía abierta. Los guardias se encontraban distraídos inspeccionando una carroza de barriles que acaba de entrar. Ramona aprovechó el momento para escabullirse por un costado, pasando desapercibida. A penas, había puesto un pie fuera de la muralla principal, comenzó de nuevo a respirar. Pero tan pronto había caminado un par de metros, de repente, la voz tronadora del capitán de la Guardia gritó a los cuatro vientos: ¡Deténgase, en nombre del Rey! Su corazón dio un salto y quedó petrificada en el acto, sus ojos estuvieron a punto de salir de sus órbitas, incluso su respiración se había detenido nuevamente.

Unos soldados pasaron de largo al su alrededor y detuvieron a un hombre que caminaba a unos metros delante de ella. Lo tomaron por los brazos haciendo caso omiso a sus objeciones y lo llevaron junto al capitán. El hombre hacía una alharaca por el trato rudo de los soldados, anunciando su título de nobleza, aun así lo llevaron a rastras dentro de la muralla.

Ramona soltó el aire que llevaba dentro de sus pulmones y continuó su camino sin prisa, para no llamar la atención. Tan pronto estuvo lejos de la vista de los guardias, comenzó a correr, desesperada, como si su vida dependiera de ello. Deseaba escapar de la pesadilla que estaba viviendo. Su mente, veloz como una liebre, buscaba la mejor ruta para huir. Podría tomar un barco y viajar a otro reino. Adentrarse en el bosque prohibido y esconderse ahí hasta que se olvidaran de su existencia. Quizás, lo mejor sería formar parte de las caravanas de mercaderes que cruzaban el desierto. Sin embargo, una vez más, el recuerdo de su hermana seguía pesando sobre sus decisiones. Aceleró el paso por un tiempo, tratando de dejar atrás todas sus preocupaciones. Sus piernas ardían y sus pulmones estaban por reventar. Finalmente, sus ojos se llenaron de lágrimas y, en su desespero, sus piernas se enredaron con su vestido y la hicieron caer de bruces, rodando como un tronco sobre el camino de tierra. Probablemente, ya estaba muy lejos del palacio para llamar la atención de alguien. Apenas sentía los raspones que se había hecho al caer. El sabor de la tierra llegó hasta su boca. Toda su frustración se escurrió en un alargado alarido que brotó de sus entrañas.

Había pasado demasiado tiempo fingiendo ante los demás. No había tenido un minuto de descanso. No podía confiar en nadie y era seguro que, tanto la vida de su hermana como la de la princesa Agatha pendían de un hilo. ¿Dónde demonios se encontraba la princesa Agatha?

El tiempo transcurrió perezoso. Ramona seguía yaciendo sobre el duro suelo. Se echó sobre su espalda y abrió sus ojos. La figura diminuta de unos buitres, danzando en el profundo cielo azul, le recordó que la vida seguía su camino, sin importar lo que sucediera en la tierra. El calor había disminuido y la tarde había refrescado. De nuevo, cerró sus ojos. Aborrecía su existencia.

De pronto, el sonido del viento arrastró un golpeteo seco hacia ella. El traqueteo de una vara golpeando el suelo se hizo más fuerte hasta que se detuvo.

“¿Hay alguien ahí?”, preguntó una voz, aunque temblorosa, resonaba con la sabiduría de los años.

Ramona sorbió su nariz y abrió sus ojos. La mano suave, pero firme, de un anciano estaba extendida hacia ella.

“¿Te has hecho daño?”

“No, pero deseo quedarme aquí por un tiempo, si no le molesta”, quizás por el resto de mi vida, pensó.

“Estoy seguro de que nada puede ser tan malo como para perder tanto la esperanza”

“¿Quiere apostar?”

El anciano se acomodó en el suelo con sus piernas cruzadas y colocó su bastón a un lado. Esperó pacientemente. Se entretenía llenando sus pulmones con el delicioso aire fresco de la tarde y luego lo soltaba suavemente.

“Hace un día hermoso, ¿no es así?”, preguntó el anciano.

“¿Hermoso?... No veo nada hermoso en este día. Desearía que la tierra me tragara y desearía terminar con este sufrimiento…”, Ramona apretó la mandíbula, quizás había hablado de más.

“Solo quiero que todo esto termine…”, dijo nuevamente cubriéndose la cara con un brazo.

“A veces, los días más oscuros esconden la luz más brillante, pero es difícil verla cuando estamos abrumados.”

Ramona, irritada por la tranquilidad de su acompañante, se incorporó y le echó una mirada fulminadora al anciano. Sus ojos estaban rojos y cansados. El anciano miraba hacia el horizonte con tranquilidad.

“Usted no entiende. No sabe lo que es llevar una carga tan pesada que te aplasta la vida”

El anciano sonrió para sí mismo. “No quiero imponerme, pero me gustaría escuchar. A veces, compartir nuestra carga la hace más ligera.”

Ramona se quedó muda. Compartir sus secretos era algo que solo había hecho una vez y el resultado no fue muy satisfactorio para quien escuchaba. Sus ojos se posaron en las gramíneas de la pradera que tenía al frente. Luchaban por mantenerse derechas ante la brisa fresca que trataba de doblegarlas. Bajó la vista y se fijó en una pequeña hormiga, que a pesar de ser tres veces más pequeña que el diminuto guijarro que trataba de cargar, no dejaba de intentar llevarlo hasta su hogar.

“No puedo... Podría meterme en problemas.”

Sacudió su cabeza y la sostuvo entre sus manos. Su largo cabello se había soltado de su moño y sus rizos rebeldes caían por doquier.

“Es... es complicado.”, susurró

El anciano asintió con paciencia. “Entiendo. A veces, los problemas parecen tan grandes y peligrosos que no podemos ni hablar de ellos. Pero recuerda, no estás sola en esto”

Ramona arrugó su entrecejo e inclinó de un lado su cabeza mirando de reojo al anciano, “¿Qué quiere decir con eso?”

El anciano dibujó una sonrisa “La vida tiene formas misteriosas de unir a las personas. El universo te ha puesto en mi camino. Y no puedo hacer otra cosa que seguir con sus designios. Puedes estar segura de que estoy aquí para ayudarte.”

“¿Ayudarme?”, dijo con voz temblorosa. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

“Nadie puede ayudarme. Estoy atrapada en una situación que no tiene salida…”

El anciano levantó su cabeza hacia el cielo. “He vivido mucho tiempo y he visto muchas cosas. A veces, lo que parece no tener solución, sí la tiene. Solo necesitamos el apoyo adecuado.”

Ramona sacudió de nuevo su cabeza y restregó sus párpados. Al abrir sus ojos, estos buscaron de nuevo a la pequeña hormiga; extrañamente habían aparecido otras hormigas y comenzaban a mover el guijarro entre todas

“Estoy tan cansada…”, dijo con voz quebradiza. “No puedo seguir fingiendo que todo está bien. Pero si hablo… Si alguien se entera... No solo sería el fin de mi vida, si no, la de mi familia también”

“A veces, hablar es el primer paso para encontrar una salida. No estás sola, y a veces la ayuda llega de donde menos lo esperas” La mano del anciano buscaba a tientas las manos de la chica.

Las manos de Ramona alcanzaron la mano del anciano a su vez. Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que el anciano era ciego. Sorpresivamente, la otra mano del anciano deposito sobre las de ellas algo que jamás había esperado.

“Creo que esto te pertenece”

Ramona rompió en llanto sobre el regazo del anciano por un rato.

“Llora, joven. Está bien. A veces, las lágrimas son el primer paso para aliviar el dolor. Estoy aquí contigo, y no te dejaré enfrentar esto sola.”

Cuando pudo calmar su llanto, su rostro era un desastre, pero era lo menos que importaba en ese momento. Estrujó el pergamino entre sus manos, apenas podía creer que lo tenía consigo. Se estregó sus lágrimas una vez más y volvió a mirar al anciano.

“Pero... ¿Por qué? ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué querría ayudarme alguien como usted?”

“Ya te lo he dicho. El universo te ha puesto en mi camino. Es mi deber ofrecerte mi ayuda”

Ramona quedó en silencio.

“Entiende que, sé que la carga que llevas sobre tus hombros es pesada y que te enfrentas a una situación desgarradora. Sin embargo, es en estos momentos de crisis cuando se forjan los verdaderos héroes. Permíteme compartir contigo una lección que he aprendido a lo largo de mis años de batallas y desafíos.

En la vida, siempre hay una delgada línea entre lo que es hacer lo correcto y hacer lo más sencillo. Optar por el camino fácil puede parecer tentador, pero el verdadero honor y fortaleza radican en enfrentar lo correcto, aun cuando el sendero sea oscuro y lleno de obstáculos.”

El anciano dio unas palmaditas a la espalda de la chica, buscó su bastón y se puso de pie con una rapidez inesperada.

“¡Vamos! Estamos cerca del Caserío de la Roca. Allí hay un establecimiento agradable, donde podemos estar más cómodos y tomar un poco de agua miel”

Anonadada en la habilidad del anciano, trató de levantarse con la misma rapidez, sin embargo, su cuerpo aporreado protestó ante su intención. Cuando por fin estuvo de pie, echó una mirada a su ropa.

“Estoy hecha un desastre”, comentó, ordenando sus rizos y sacudiendo la tierra de su vestido. Había un agujero que mostraba los raspones de su rodilla.

“Eso no lo puedo apreciar, como puedes ver, soy ciego”

“Lo lamento”

“No te preocupes, esto pasó hace muchos años. Ya estoy acostumbrado.”

“Date prisa, hay una princesa que rescatar y una hermana que salvar”, dijo alegre mientras comenzaba a andar por el sendero

Ramona seguía boquiabierta ante la extraña alegría del anciano.

* * * * *

Continuará